PRÓLOGO
Yo, soy hijo de leche.
Nuestra familia campesina debe gran parte de lo
que hoy somos a la VACA GATA, sin ella tal vez hoy no seríamos los mismos, la
leche y la descendencia de nuestra recordada vaca, crearon las bases económicas
para la manutención y educación de 8 hijos:
modista, médico, enfermera, ingeniero agrónomo,
asistente médico, militar, administradora de empresas y Odontólogo.
Comprar los productos del país, da a nuestros
campesinos sustento, provee estudio y es generadora de oportunidades para los
niños de nuestro campo, hace patria.
CARLOS MARIO PEREIRA YEPES.
CAPÍTULO I
Mi
familia, la tranca de comino, los miedos.
La tranca de comino representaba la seguridad,
la esperanza de vida, la posibilidad de sobrevivir y tener un futuro sin
dolores generados por la violencia.
Hace ya mucho tiempo, mediados del siglo pasado,
año 1960, nací en Rio Verde, corregimiento de Nutibara, en Frontino, fui el
segundo hijo de una familia que crecía.
Recién pasada la violencia liberal-conservadora,
llegaron vientos de paz, aunque aún con persistencia de temores, porque no
faltaban amenazas, tuvimos que poner trancas de madera (comino) en las puertas
y ventanas de la casa para ahuyentar los miedos a ser asesinados y sentir un
poco de seguridad.
Los sueños y pesadillas recurrentes en mi infancia
era que llegaban asesinos y descuartizaban a Papá y mamá y yo me quedaba
desolado, triste y sin saber qué camino emprender con mis hermanos pequeños;
gracias a la providencia solo fueron pesadillas que angustiaban mi alma de
niño, pero que nunca se hicieron reales, al menos para nosotros.
En medio de dificultades, con escasa ropa y en
ocasiones con zapatos rotos, pero, siempre con alimentos, vivíamos en la finca
del abuelo, había cultivo de caña y se producía panela, mi papá era el vueltero
de la finca (oficio de hacer todos los trabajos de una máquina panelera), mi
madre dedicada a la procreación de una familia grande, (8 hijos) a llenarnos de
amor y valores; habitábamos en una casa campesina y humilde, con agua de
nacimiento y letrina que contaminaba la cercana y pequeña quebrada (riachuelo),
tenía paredes y piso de tabla que separaba el subterráneo al que con mi pequeño
cuerpo podía acceder a sacar los huevos de las gallinas que formaban sus nidos
allí, el techo de Zinc en el que, la caída de la lluvia, arrullaba con su
golpeteo en la noche nuestros sueños e ilusiones y los 4 escalones de tablones
de madera cruda que daban acceso a nuestro corredor protegido por chambrana de
macanas que eran la imagen de los escalones para subir, escalar y llegar a la
meta, alcanzar el hogar, recuerdo que me tenía que agarrar de la escala
superior para poder subir, solo tenía un poco más de dos años.
CAPÍTULO II
Chispazos de la memoria, la casa de tablas, recuerdos de Frontino, las palabras difíciles de pronunciar a mis 2 años de edad.
Réplica de memoria de nuestra casa campesina de tablas, techo de zinc, chambranas de macana, escaleras de madera, solo 2 puertas, una en la cocina y otra para la única habitación de dormitorio, en cuya pared posterior estaba el ingreso a una bodega donde se guardaban las cosechas de maíz, con mazorcas colgadas del techo y tablas laterales, además de fríjol, racimos de banano madurando colgados, ademas, de algunos aperos y sillas para los caballos, era un sitio oscuro en el que sentía temor al entrar, pero, había que hacerlo en muchas ocasiones; para la fecha yo tenia 2 años largos de edad.
Corría el año 1962, finales del segundo
semestre, ya tenía 2 y medio años y a pesar de tener un léxico al parecer
amplio, dicen mi padre y madre, recuerdo tener dificultades con algunas palabras,
decía PEQUILUCA, mucho esfuerzo y tiempo requerí para corregir y decir
PELÍCULA, tenía 2 hermanas Tota (Rosa) la mayor y Toña (Margarita) la menor.
Mi papá para el año 1962, orgulloso de su
pequeño y hablador hijo, me llevaba todos los sábados de Nutibara hasta
Frontino, viajábamos en el capacete de un camión porque yo me mareaba en el
viaje, hasta 1 hora y media a través de un sinuoso y escarpado carreteable
veredal; allí en la cabecera municipal se realizaba la comercialización de la
panela que surtía todo el occidente antioqueño y hasta el lejano Urabá (para
esa época).
Allí visitábamos a los más queridos tíos de
papá, Jesús y Robertina, ella me daba los más deliciosos deditos de azúcar que
recuerdo, el tío Jesús era según mi memoria muy blanco, sin pelo y de ojos
claros, con sonrisa amable pero con chispa picaresca, me llamaba cariñosamente
el GUAGUANO, porque yo en infantiles palabras le decía:
Yo teno en la finca un guaguano (marrano).
También recuerdo de los sabatinos viajes a
Frontino, mi atuendo campesino elegantemente dispuesto de sombrero, carriel y
poncho.
Cerca de la majestuosa y hermosa catedral gótica
clásica que embellece y enorgullece mi tierra natal, adornada con sus elevados
y picudos pináculos, su refinado rosetón central y sus naves perfectamente
iluminadas, su altar central con imagen de la asunción de la virgen al cielo y
en su atrio cerca de la Tienda de Braulio Gaviria tío de mi padre, me
realizaron una foto en un caballito de madera que yo jineteaba, se ha perdido
físicamente, pero sigue viva en la memoria, ¡apareció el caballito de mis
primeros recuerdos¡
Tengo memoria de mi casa de tablas, pero, no recuerdo cuando la derribaron, nos trasladamos a vivir a un zarzo en el trapiche panelero, especie de mansarda con techo muy bajo, piso de tabla, entretecho de caña brava y techo de teja de barro, habitado por nosotros: Papá, Mamá, Tota, Maio y Toña, además de miles de cucarachas paneleras y muchos ratones; estaba localizado sobre la bodega panelera donde se guardaban los aparejos de las mulas y se empacaba la producción panelera de cada semana, allí tambien se encontraba la caneca de la melaza con que se suplementaba la alimentacion de mulas y marranos.
Recuerdo también, mientras viviamos en el zarzo, cuando mi hermana Toña (Margarita) estaba masticando algo y es interrogada por mamá, ¿usted que esta comiendo? A lo que ella respondió, caanee, mamá inmediatamente introdujo los dedos en su boca y le extrajo, tan solo pocos restos masticados de una cucuracha verde, que se había engullido, explicacion que damos por cierta, como causa del fastidio permanente que le quedó por la carne, todo le sabe a cucaracha, a rincón, a trapo sucio, a mesa de carnicería y otros sabores raros aun no descritos en la literatura universal.
Recuerdo de manera nebulosa la explanacion y unos canales en la tierra, los cuales fueron llenados de piedras para hacer los cimientos, para mediados de marzo de 1963 nos trasladamos a vivir a la nueva casa de ladrillos a medio construir, con piso aún de tierra, algunas paredes de ladrillo a medio terminar y el 19 de marzo de 1963 dia de mi tercer cumpleaños, nació mi hermano Jose, quien era el 4 vástago de nuestra familia, era un niño bonito, de una blancura de piel que iluminó nuestro hogar y que fué y sigue siendo mi compañero de niñez y de vida y quien me genera los mas grandes afectos de hermandad, afecto y gratitud, lo llamabamos Chepe.
En años posteriores papá nos prohibió llamarnos por los nombres de disilábicos infantiles que como niños pronunciamos en los primeros balbuceos linguisticos, Tota (Rosa), Maio (Mario), Toña (Margarita), Chepe (José), Tilena (Beatriz Elena), obligandonos a utilizar los nombres de pila, ya que nuestro lenguaje era mas fluido.
Solo quedaron con nombres entrecortados Menche (Mercedes) y Riche (Ricardo), Victor nunca tuvo nombre entrecortado.
CAPÍTULO III
Las
visitas al abuelo Ricardo Pereira y a nuestra familia Gaviria, corría el año
1963.
El sábado en Frontino era un día especial, nos
conectábamos con el cariño y afecto de todos nuestros familiares, visitábamos
primero al abuelo Ricardo, una de las personas más maravillosas que se cruzó en
mi vida, fue tierno, cariñoso, amable y fue él, con sus relatos y tradición
oral, quien me narró la historia de los Pereira; me contó las hazañas gloriosas
de sus antepasados, José Francisco y Manuel Pereira Martínez próceres de la
independencia colombiana, el primero abogado y secretario privado del
presidente Simón Bolívar y Manuel quien luego se radicó en Buriticá dedicado a
la explotación de oro y dio origen a toda la progenie Pereira de Antioquia, fue
el padre de Felipe N, Leonardo y Froilán Pereira, este a su vez padre de Víctor
Manuel Pereira Higuita nacido en Buriticá (1.860 -1907), quien en 1880 se
radicó con su esposa Bertoldina Restrepo Goez en Juntas de Rio verde, en
territorios de caza y pesca habitados por Indígenas Emberá catios; fue el
primer Inspector del corregimiento, y padre del abuelo Ricardo Pereira Restrepo
(1.900- 1.989).
Luego visitábamos a mamá lila, mi bisabuela,
esposa viuda de Alejandro Gaviria Covaleda y madre de todos los Tíos maternos
de papá, los Gaviria Pérez.
Me agradaba mucho la casa de estilo colonial de
mamá lila, tenía escaleras de madera, que llegaban al segundo piso de amplios
corredores, un jardín florecido con canastas colgantes y grandes habitaciones circundando el corredor;
SANDER el perro de la tía candelaria me hacía llorar de miedo cuando me
perseguía.
Continuaba la visita en casa de Virgilio
Gaviria, luego visitábamos la casa del negro Gaviria y la prima Amparo, donde
me admiraba con la niña de ojos grandes, color de almendra madura, que después
de muchos años sin verlos, aún recuerdo.
Luego visita, en la esquina de la iglesia a los
tíos Jesús y Robertina de grandes afectos.
También visitábamos los primos segundos de papá,
en la farmacia “Hijos de Cástor Gaviria” más conocidos en el pueblo como “los
pollos”, el negro Cástor, Gustavo y Arturo, así los recuerdo.
Bajando por la calle principal llegábamos a la
tienda de Ceno Arbeláez esposo de la tía Ana María Gaviria, a quien siempre
encontrábamos y nos daba la torta de nata y los dulces deliciosos que en su
casa nunca faltaron, la tía Ana María hablaba sin tapujos, era inteligente y
muy cariñosa conmigo.
Luego visita a las muchachas, mis tías, las
hermanas de papá, quienes fueron muy consideradas y afectuosas conmigo. Las
tías Elvira, Tulia y Virgelina, aún solteras y Libia quien me daba todos los
regalos que podía, zapatos y ropa, me enseñó las primeras letras y me regaló el
libro de las fábulas de Esopo, que papá me leía todos los días, la tía Aminta
vivía en Sabanalarga (Ant), para esa época no la conocí.
El 22 de noviembre de 1963 se produjo el
asesinato de presidente John F. Kennedy, quedó grabado profundo en mi memoria;
escuchábamos los comentarios del sepelio, transmitía la Emisora “la Voz de
Antioquia” solo recuerdo el siguiente fragmento: El féretro del presidente John
F. Kennedy está siendo llevado en una carroza tirada por dos caballos blancos,
que confirme como hecho real y no imaginario de mis primeros recuerdos, cuando
visite el cementerio de Arlington.
Es todo lo que recuerdo de mi tercer año de
vida.
CAPÍTULO IV
1964 COMPRA
DE LA VACA GATA.
Para mediados del año 1964, nuestra familia ya contaba con 4
hijos y el rancho ardiendo, mamá desde que recuerdo estaba barrigona, yo no
sabía porque, pero cada 13 meses crecía la familia y las necesidades iban
aumentando.
Según mi abuelo Ricardo, mi papá y casi seguro
nuestros ancestros, todo hombre que inicia la gran empresa de la vida, requiere
una mujer para formar un hogar y debía ser escogida como se escogen las vacas,
por la raza, tenía que ser hija de una buena mama, para obtener de ella las
mejores crías y además tener hembras de varias especies animales: una yegua,
una marrana, una vaca, gallinas.
Así empezaron papá y mama y los hijos nacidos,
teníamos buena MAMA, yegua para el transporte, gallinas para carne y huevos,
marrana de cría, que dieron pie al sustento alimenticio y a unos exiguos
ahorros; nuestra marrana parió 9 marranitos, el último en nacer fue el cacique,
el más pequeño, era un marranito calungo (sin nada de pelo), los caciques casi
siempre se mueren por ser prematuros y débiles, normalmente no tienen futuro y
fallecen, por esa razón fue obsequiado a mamá para que con sus cuidados,
pudiera tener posibilidades de vivir, desde que nació fue alimentado con
tetero, creció y llego a ser el marrano más gordo y bonito de la camada, pero,
aún nos faltaba la Vaca.
Con los ahorros que se obtuvieron de la venta de
los cerdos y otros pesos obtenidos del trabajo diario, viajamos Papá y yo a
Frontino a la feria, realizada en la plaza, teníamos el objetivo de comprar una
vaca lechera y allí la vimos, con sus pintas blancas y negras, de primer parto,
con una ternera y una preciosa y grande ubre; su propietario el Señor Enrique
Gaviria la negoció con papá por 1.600 pesos, se llamaba LA VACA GATA, encerrada
en una corraleja hecha de Guadua y Tablones, por los que logré trepar y conocer
nuestra Vaca y su ternera.
Regresamos a Nutibara (Juntas de Rio verde) con
la ilusión de que pronto nos enviarían la vaca desde Frontino, no recuerdo
exactamente, pero, tardó varios días en llegar a la Finca, donde no había
potrero para tenerla (finca de caña panelera), conseguimos dejarla en el
potrero de una Finca vecina del Sr. Alberto Agudelo; para esta época tenía 4 y
medio años de edad y mi tarea era ir por la Vaca todos los días antes de las 6
de la mañana y cabalgando en esta, llevarla hasta el ordeñadero, donde se
extraía el preciado alimento lácteo, la ternerita que en la noche permanecía en
el encerradero (corral de los terneros) la llamamos la CHEPA, en honor a
nuestro hermano menor CHEPE (José).
El ordeño producía 16 litros de leche en la
mañana y 5 litros en la tarde y fue el principio de nuestra pequeña empresa
lechera, se vendía parte de esta y mamá regalaba algo a personas sin recursos
que tenían niños recien nacidos y que cada día bajaban buscando el producto;
también llevaban niños prematuros y raquíticos a recibir un baño de leche
caliente que se recomendaba en esa época para ellos, quienes sostenidos por sus
madres recibían directamente desde la teta de la Vaca un chorro de leche
caliente ordeñado por papá, que cubría todo el cuerpo del niño, luego eran
secados al sol, tal vez mito, pero así se realizaba, complementado con la leche
obsequiada por mi madre que contribuía al mejor estar de familias de escasos
recursos.
La vida en la finca de nuestros ancestros giraba
en torno a mamá.
Como diría el poeta José Maria Gabriel y Galán en Fragmentos
de
‘’EL AMA’’
Compartían mis únicos amores
la amante compañera,
la patria idolatrada,
la casa solariega,
con la heredada historia,
con la heredada hacienda.
¡Qué buena era la esposa
y qué feraz la tierra!
¡Qué alegre era mi casa
y qué sana mi hacienda,
y con qué solidez estaba unida
la tradición de la honradez a ellas!
La vida en la alquería giraba en torno de ella,
pacifica, amable, monótona y serena
¡Oh, cómo se suaviza
el penoso trajín de las faenas
cuando hay amor en casa
y con él mucho pan se amasa en ella
para los pobres que a su sombra viven,
para los pobres que por ella bregan!
¡Y cuánto lo agradecen, sin decirlo,
y cuánto por la casa se interesan,
y cómo ellos la cuidan,
y cómo Dios la aumenta.
CAPÍTULO
V
LA VACA GATA CREADORA DE BIENESTAR Y DE HISTORIAS FELICES DE NUESTRA
FAMILIA.
Ya contábamos con leche, queso, nata que
convertíamos en mantequilla y que alimentaban a nuestra gran familia.
Los excedentes de leche eran monetizados y
reconvertidos en inversiones de más ganado, contribuyendo a mejorar la
condición socioeconómica.
Las crías hembras de nuestra Vaca crecieron y
producían leche y más crías, en 12 años se convirtieron en un pequeño hato
lechero, aumentando nuestra microempresa familiar.
La pequeña bonanza permitía mayor estabilidad,
educación, prendas de vestir, alimentación y hasta un vehículo Willys modelo 48,
que tenía muchos problemas mecánicos, pero que afortunadamente no terminó con
nuestras vidas, ya que le fallaban los frenos con alguna frecuencia.
Para los años siguientes empezaron a visitarnos
los primos mayores, los Yepes Gutiérrez, Julio con su guitarra, sus
borracheras, sus aventuras amorosas juveniles y sus canciones de la época (los
ejes de mi carreta y que culpa tiene el tomate), siendo Niño me tocaba ir a
buscarlo a sus escondites cerveceros por orden de mamá; Augusto más pinchado y
aristocrático, Luz Elena (Nena), John Jairo más sencillo y cercano, quien
cantaba: “encontraron a don Gollo, muertecito en el arroyo”, y Adriana, mi
traga, ellos nos llevaban a la vereda los ritmos musicales de la época, que se
escuchaban en la capital antioqueña y a quienes admirábamos y queríamos porque
compartían con nosotros todas las navidades.
Para 1970, llegaron a vivir a Nutibara, el tío
Humberto y su esposa Marina, los primos Sonia, Hernan Darío, Olga lucia, Víctor
y Cristina quienes fueron nuestros primos cercanos y queridos con quienes más
compartimos recuerdos y momentos.
También llegaban para navidad los primos Villa
Yepes, que eran de nuestra edad y compartíamos las pilatunas de la niñez, Julio
serio, amable y respetuoso; Jorge, hiperactivo, incansable, quería tragarse el
mundo, construíamos pozos en el riachuelo de la finca, taponándola con maderos
y matas de heliotropo que cortábamos con cuchillos de cubiertos de cocina que
se quedaban perdidos a la Vera del Bullaque;
por ser tan inquieto recibió una juetera de mi
padre que era ligerito de manos con la correa; cuando terminaron las vacaciones
agradeció a Dios y expresó de manera contundente “Siquiera me voy de este
infierno Verde, aquí no vuelvo”, pero, volvió, porque Nutibara era el centro
vacacional de toda nuestra extensa familia y de los más grandes recuerdos para
todos.
Todos nuestros primos, tomaron leche de la Vaca
Gata y hasta aguardiente en las fiestas navideñas, que también subsidiaba en
alguna medida nuestra Vaca y su descendencia.
De nuestra Vaca Gata y su descendencia, sacamos
los recursos para vivir y estudiar y hoy después de 50 años es bueno reconocer
a nuestra querida Vaca Gata, todo lo que hizo por la familia Pereira Yepes.
FIN
CARLOS MARIO PEREIRA YEPES.
AGRADECIMIENTOS
A LA MEMORIA DEL ABUELO RICARDO.
Dichos
familiares.
Del
abuelo Ricardo y de mi padre, recogidos de los recuerdos.
Las esposas se escogen como las vacas, por la
raza, hay que conocer la mama, una buena mama, da una buena hija.
El gallinazo y mi abuelo se fueron para
Cataluña, el gallinazo volando y el viejo echando uña.
Yo soy como el sándalo, que perfuma el hacha que lo
hiere.
Y como olvidar el abuelo incansable para la rumba, la
alcahuetería y la compinchería; en las fiestas de la panela cuando nos decía a
los nietos a las 4 am: mis hijos, búsqueme muchachas para bailar, o cuando en
Frontino invitaba a mamá a las 8 a.m. a la terraza a tomar tinto envenenado (aguardiente en
pocillo tintero), siempre tratando de dar gusto y de ofrecer lo mejor, para
hacernos sentir bien, sobre todo a los nietos y a mamá.
Hombre machista, pero, tierno, amoroso y muy respetuoso, siempre
llevaba de regalo a mamá un tarro de galletas cuando nacía un hijo hombre, pero,
cuando nacían niñas, de corazón le decía: mija, esta vez no se ganó el regalo.
La canción favorita del viejo Riche,
LA PALOMITA
Qué bonito que cantaba
la palomita en su nido,
la palomita en su nido,
abriendo el pico y las alas
como si hablara conmigo,
como si hablara conmigo.
Sí, ay, ay, ay, mi palomita
me has robado toda el alma,
tuita, tuita, tuitita,
ya no cantás, palomita,
ya no cantás, palomita.
Acuérdate, palomita,
cuando en mis brazos dormías,
cuando en mis brazos dormías,
cuando la sed te apuraba,
de mis lágrimas bebías,
de mis lágrimas bebías.
Sí, ay, ay, ay, mi palomita
me has robado toda el alma,
tuita, tuita, tuitita,
ya no cantás, palomita,
ya no cantás, palomita.
Ya se fue mi palomita
al pago donde nació,
al pago donde nació.
Qué mares hay por el medio
pa´que no pueda ir yo,
pa´que no pueda ir yo.
Sí, ay, ay, ay, mi palomita
me has robado toda el alma,
tuita, tuita, tuitita,
la donosa palomita,
la donosa palomita.
El día de la velación del abuelo Ricardo (14 abril 1900-18
marzo de 1989), con intenso dolor, pero, con un agradecimiento y alegría
sincera, hicimos a nuestra manera una gran fiesta, lloramos, reímos, recordamos
sus cuentos, sus historias, su bondad; cantamos sus canciones y al día
siguiente, fuimos a sacar los restos de la abuela Rosa Amelia Gaviria Pérez, preparando
la última morada del abuelo, ella, ya convertida en polvo, lo único perecedero
que no destruyeron los años, fue una cabellera de color rojo cobrizo que hoy
veo reflejado en mis hijos.
A LA
MEMORIA DE MAMÁ.
A la mujer hermosa, la de fina figura, la de suaves y
respetuosas maneras, la mujer educada, la mujer de oficina, a la de tono suave
y ternura infinita, a la que es capaz de dar la vida por lo que ama; y que tuvo
el valor de enfrentarse a un potro chúcaro, indomable (mi padre), en medio de
dificultades, pero, sin saber retroceder y siendo el estandarte de avanzada de
nuestra familia, enfrentada con el destino, con las limitaciones, pero, llena
de amor y como una fiera, defendiendo sus principios y valores, aprendidos en
el hogar de la mano de su padre Julio
Cesar, hombre sereno, amoroso, luchador en medio de infinitos dolores,
abnegado, creyente y piadoso y luego, sembrados hondo en el alma de todos los
Pereira Yepes; a ella nuestro amor y respeto.
Fue esposa inigualable, madre sin tacha, produciendo cada día
remedios para el cuerpo y el alma; sin dormir en las noches de la tosferina, en
las noches del sarampión, en las noches de la hepatitis, de las amigdalitis,
haciendo de médico e inyectando Biconcilina, cuando teníamos fiebres que no
cedían, y hasta ofreciendo a mi Dios a
su hijos, cuando sentía que alguno estaba a punto de sucumbir en la
enfermedad.
La madre que apoyó y reconfortó en momentos de flaqueza de
sus hijos, recuerdo su frase de ataque a la adversidad, cuando nos sentíamos impotentes
o frágiles en algún instante: “mijo, no se preocupe, eso, no vale la pena, algún
día lo logrará y si no lo logra, debe entender que uno no puede ser bueno en
todo”.
Cuando tenía 4 años, viendo a Nicolasa llena de arrugas, la
bruja del pueblo, mujer humilde y pobre, de ternura también infinita, de escasa
sonrisa y de profundas arrugas dadas por los años y el hambre, quien se sentaba
con mi madre en la cocina de la vieja casa de tablas, le dije a mamá, que
cuando estuviera viejita y llena de arrugas como Nicolasa, no la iba a querer,
pero, es que era tan joven y hermosa y yo tan niño, que nunca pensé que
envejeceríamos; hoy mi madre a sus 80 años, está más hermosa que nunca, la
adornan los méritos de una vida entregada al servicio de la familia y los
mismos valores que ha cultivado desde su infancia.
Como disfruto con ella los aguardientes y el baile, con el
ala quebrada, que en familia conocemos.
A LA MEMORIA DE MI PADRE, EL POTRO CHÚCARO.
Hijo único hombre, en medio de 5 hermanas mujeres,
contemplado, resabiado, irascible, amoroso, tierno, sonriente, macho,
enamorado, trabajador, capaz de hacer reír con sus cuentos, de enternecer con
versos y también hacer llorar con sus nostalgias y tristezas.
Sus comidas, eran nuestras comidas, a cada uno nos daba una
cucharada de sus propios alimentos y nos decía: bocado de reina, llegando en
ocasiones, casi seguro a quedar con hambre por darnos su comida.
Él fue capaz de tirarse al suelo y en cuatro patas montar a
sus hijos a caballito, sobre sus espaldas, hasta caer rendido; hacernos
cosquillas, mordernos; luego lavada de dientes, aplicando la crema dental en
cada uno de los cepillitos y después rezar el rosario cada noche, formados en
fila india, después de la comida.
Siempre que viajaba nos traía cositas ricas, pasteles y
frutas.
Me enseñó el amor por las letras y la poesía; entre los 4 y 5
años recitaba poemas, sonetos y prosas extensas que nunca he olvidado y que aun
recito con mi padre, prosa a prosa.
A pesar de su energía y fortaleza que en ocasiones dolía, en
vez de hacernos sentir débiles, nos estimulaba al sacrificio, a la superación y
al crecimiento, nos enseñó a no desfallecer, a luchar, a no sentirnos vencidos,
ni aún vencidos; a no sentirnos esclavos, ni aún esclavos y rematando, arremete
feroz y toma el tesón del clavo enmohecido, que ya viejo y vuelve a ser clavo.
Autor:
Carlos Mario Pereira Yepes.
Dedicada:
A mi familia y a todos los campesinos que
en el campo y con la leche, construyeron
vida, futuro y patria.
Fecha:
26 Agosto de 2018
Tema:
Nuestra Vaca Gata, a FRONTINO el terruño
donde nacimos, la vida del campo, memorias de días muy felices.