jueves, 4 de octubre de 2018

LA MUERTE DEL MACHO GALLINAZO, BARBARIE Y MALTRATO ANIMAL DE PRINCIPIO A FIN




A la edad de 9 años, participé en el sacrificio del macho Gallinazo.

En la vida nos enfrentamos a circunstancias que no se pueden evadir, por consideración con un animal trabajador y noble, que a causa del maltrato animal sufrió severo trauma, para evitarle mayor dolor, tuvimos que sacrificarlo; papá  nos encomendó a Francisco el mayordomo y a mí la misión de terminar con su vida;  José mi hermano de 6 años, también nos acompañó a la ejecución y ocultos entre el cultivo de caña, hasta los hermanos menores asistieron al fatídico suceso.

  


                                         Semblanza de un Mular Cargador de Caña.




El macho Gallinazo era un macho mular de color negro, era vivaz, de complexión y temperamento fuerte, trabajador incansable, era un cargador de caña en nuestra empinada y pendiente finca panelera, su dura faena empezaba a las 5 de la madrugada y duraba hasta las 3 de la tarde, realizaba hasta 10 viajes diarios, bajaba cargado desde la parte alta de la finca hasta el Andén del trapiche, sitio donde se encarraba la caña, para luego ser procesada en el molino exprimidor y obtener el guarapo o jugo de la caña de azúcar; el transporte de la  pesada carga implicaba por el peso e intensa fricción tener heridas en los lomos, las cuales eran lavadas con agua y jabón después de cada día de arriería, pero, al día siguiente había que volver a la faena y de nuevo, había que colocar en su ulcerado lomo y espinazo, el sudadero y el aparejo de carga, lo que hacía que los nobles y maltratados mulares tuvieran que agacharse por el dolor que sentían.






El día aciago del macho Gallinazo.
Un día cualquiera de trabajo, mientras el macho Gallinazo ascendía al filo de la montaña, siempre en dupla con otro mular, para traer caña desde el corte hasta el trapiche, fue regresado por el Joven arriero quien  informó que la mula que iba adelante lo había pateado y le había fracturado la pata; lo amarramos, lo lavamos, lo entablillamos y lo dejamos en un sitio aislado para que no fuera lastimado.
Luego, con curiosidad y angustia para exorcizar la tristeza, sobrecogido de dolor, ante el trauma sufrido por el mular, en cuyos ojos había un brillo característico de tristeza y abandono, que valorábamos como  intenso dolor físico,  tomé la decisión de ir dónde había ocurrido el hecho, cogí camino arriba y encontré en una curva cercana, a unos doscientos metros del inicio del ascenso, la mancha de sangre derramada por el mular, secundaria a la ruptura vascular y la fractura ósea; visualice todo el lugar y la curva del camino, que formaba un pequeño canalón donde obligatoriamente tienen que ir los dos animales uno tras otro y en caso de iniciar una acción de pateada por el mular que va  adelante, tendría que  golpear obligatoriamente las manos del animal  que iba atrás y no las patas, que son posteriores.  
Con este análisis dudé de la explicación dada por el arriero y observé detalladamente el teatro de los acontecimientos, encontrando una piedra de buen tamaño, de bordes filosos, impregnada de sangre y pelos negros del macho gallinazo, la recogí como evidencia de objeto generador del trauma y la llevé a mi padre; concluimos que  la casi amputación de la pata del mular no fue un accidente fortuito entre los mulares, sino, un acto violento cometido por el arriero, un mozalbete agresivo, irreverente y desconsiderado, quien, sin sensibilidad, ni previsión del daño, agrede sin humana razón,  al mular.





  
                                              El macho Gallinazo amanece con fiebre.





Lugar del sacrificio, la mata de elefante en la vega de la quebrada.

Al día siguiente, nos levantamos en la mañana, a revisar al macho Gallinazo y lo vimos con legañas, signo de muchas lágrimas y llanto por dolor,  estos, como los humanos lloran y lagrimean cuando sufren, estaba triste y empelizado (pelo parado), signos indirectos de fiebre, era caso perdido; la fiebre, una herida con quebradura de hueso, es indicador de infección grave, para la cual no hay solución.

Los hombres de granja y campo tenemos que ser prácticos,  las decisiones las tomamos rápido y con amor, el apego a lo que queremos, no nos nubla la conciencia,  tenemos las ideas claras, aceptamos que las cosas tienen fin; el dolor y sufrimiento no ameritan  prolongación de agonías, el veredicto de papá, hay que sacrificarlo.
Ante la orden recibida, yo acompañe a Francisco el mayordomo, dotados con el revolver Smith Wessum de mi padre; al desfile ejecutorio se unió mi hermano José de 6 años,  con el animal cojeando llegamos hasta el sitio elegido en la vega de la quebrada y cerca de una frondosa y verde mata de pastura  de elefante, elegida como sitio del sacrificio, cometimos el crimen más horrendo del que tengo memoria; supuestamente la muerte debería ser rápida y sin sufrimiento, pero, el mayordomo no tenía experiencia en el sacrificio de animales y la cosa, salió muy mal.
Francisco esgrime el arma de fuego y dispara un tiro en la cabeza, impactando en el centro de la frente del mular, por el pequeño orificio empieza a brotar un chorro de sangre, el macho gallinazo nos mira y  voltea hacia la mata de elefante a comer el pasto, que regaba con su propia sangre, pasados 5 minutos  el animal no moría y no daba signos de doblegarse,  la angustia se apoderaba de todos los asistentes al macabro acto, recibió 2 balazos adicionales, que tampoco acabaron con su vida, ante tan terrible situación francisco decide degollarlo, con machete en mano tuvo que asestar 3 violentos golpes de corte en el cuello del animal, que por sangrado masivo al fin se doblega y cae, para luego fallecer.
Regresamos a la casa sobrecogidos de dolor y desazón, contamos a papá la ignominiosa muerte de nuestro macho Gallinazo, quedando marcada en la memoria tan triste y doloroso recuerdo del funesto suceso.
La labor del entierro del animal fue continuada por el infatigable e incondicional Francisco.


Carlos Mario Pereira Yepes.

Octubre 4 de 2018.

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